El Mar de Rinca (pronunciado Rincha) es un rincón del paraíso. Un puñado de islas desiertas, con sus playas de arena blanca, arrecifes de coral y peces de colores. Tan sólo le faltan la jungla y las palmeras para ser la imagen perfecta de un archipiélago tropical. Sin embargo, hay un encanto singular en la aridez del paisaje, con esas moles de roca parduzca que se alzan impenetrables tras las playas.
Este mar constituye el Parque Nacional de Komodo y se sitúa en la costa occidental de la isla de Flores. Desde que pisas el aeropuerto de Labuan Bajo notas, un ambiente distinto al resto de Indonesia. Hay luz en Flores. Y juventud. Es una isla muy pobre, pero no tan poblada como Java ni tan turística como Bali, lo que la hace mucho más auténtica. El propio aeropuerto es pequeño pero nuevo y limpio. Un símbolo del optimismo que se respira aquí, en una zona que se está abriendo al turismo y que aún ve a los occidentales con cierta curiosidad e ilusión. No sabría decir por qué, pero Flores me recordó a África.
Aun así, reconozco que Labuan Bajo es más bien feo. Pobre, polvoriento y sin ningún interés particular. Lo mejor que puede hacerse es ir directamente al puerto, alquilar un barco de madera (uno de los antiguos barcos de pesca) y salir al mar. Al mar…
A la luz del sol ecuatorial, el agua es de profundo color zafiro. Hay una curiosa sensación de protección en estar rodeado de islas. Casi todas son montañosas y por tanto, visibles en la distancia, así que el efecto es casi como permanecer en una bahía. Al acercarse un poco, resultan imponentes. Enormes rocas de origen volcánico que emergen del mar, con colinas yermas, tan escarpadas que parecen totalmente inaccesibles. La vegetación que suaviza sus riscos es leonada y rala. Un poco más cerca, surge una línea de arena blanca al pie de la montaña. El agua se vuelve turquesa y transparente, dejando ver los fondos coralinos. Al menos la orilla se hace más amigable. El resto de la isla sigue siendo un misterio.
La excepción más vistosa es Padar, isla donde sí puedes adentrarte por un camino bien preparado hasta el Mirador de las Tres Bahías. Tiene la particularidad de que desde allí, se ven a la vez todas las playas de la isla. Eso, las zambullidas de snorkel entre arrecifes de coral, y el cruce de los murciélagos a la isla de Kalong al anochecer, son los complementos de una experiencia de dos o tres días de navegación, donde la joya de la corona son los dragones de Komodo. Los reptiles más asombrosos de la Tierra.
Puedes leer más sobre los dragones en esta canica. Aquí voy a hablar de los otros tesoros de la zona. Por una parte, están los submarinos: El Mar de Rinca alberga corales, aunque he de admitir que me decepcionaron un poco. Al ponerme las gafas de bucear, esperaba verme transportada a un universo acuático de color y peces exóticos. Lo hay, claro que sí, pero los colores no son tan brillantes como pensaba y el estallido de vida sabe a poco tras los documentales de la 2. Además, algunas zonas de arrecife están destrozadas por las anclas de los barcos. Resulta triste, un poco dramático incluso, toparte con corales muertos mientras buceas. Estás flotando en un mundo de fantasía y de pronto, la imagen a color se vuelve grisácea. Las caprichosas formas del coral se abren en un pequeño cráter lleno de escombros, como si en medio de un cuento hubiera pasado algo terrible. El coral es frágil, y echar el ancla allí hace el mismo efecto que lanzarla contra una cristalería.
Lo que sí es una experiencia impresionante son los murciélagos. Pasan el día en los manglares y no salen hasta ese momento de mágica quietud entre la puesta de sol y la oscuridad profunda. Al caer la noche, calma el viento y una se siente más ligera, como liberada de la tiranía de los rayos solares. El cielo se tiñe de rosa y dorado y, contra esa paleta de colores pastel, aparece el primer murciélago. Es un explorador. Enseguida lo sigue una bandada. Y cuando estás empezando a asombrarte de lo numerosos que son, el cielo entero se nubla de puntitos negros que se acercan, pasan por encima y desaparecen en la isla de Kalong. Son miles y miles. Y muy silenciosos. Si cierras los ojos, apenas oyes un murmullo de aleteos. Según se cierra la oscuridad y siguen pasando, van haciéndose más tenebrosos. Los últimos, se confunden en la noche. Si tienes suerte y hay luna llena, verás alguna silueta recortarse contra su blancura.
Las fotografías son obra de la autora, tomadas en el Mar de Rinca (Indonesia)
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