Es difícil remedar el género admirado de forma original, pero Pérez-Reverte lo consigue con creces. No estamos ante una copia de D’Artagnan. El capitán Alatriste es otra cosa, más castiza y más austera: una auténtica novela de aventuras moderna y española.
Lo de española está claro. La historia se ambienta en Madrid, siglo XVII, al albor de la decadencia del Imperio español, y es una fiesta de grandes personajes que los legos solo hemos conocido con el rígido corsé de los libros de historia. Desde el Cuarto Felipe (rey aclamado en sus años mozos) hasta Velázquez y su tímido acento andaluz, pasando por Quevedo, famoso por sus buenos versos y su mala leche. Describe una España punzante, cuyos poetas no cantaban a las flores y los pájaros, sino que afilaban versos como lanzas que esgrimir en tabernas y mentideros, toledana en mano. Tras tantos años soñando con el París de los mosqueteros, fue grato descubrir una añoranza aventurera similar y más propia.
Lo de moderna quizá sorprenda a quien conozca el estilo particular de Alatriste. Un estilo lleno de arcaísmos, de voto a tal, de vuestras mercedes y otras zarandajas. Melodioso. Acompasado. Relatado casi al ritmo de espadas. No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Pérez-Reverte juega el lenguaje con maestría trilera, como ya no se hace y en el siglo de Oro se respiraba, casi. La literatura española llegó a ser así de incisiva, antes de embarrarse con exceso de palabras, como casi todas las latinas.
A propósito de esto, esa es una de las diferencias clave con Los tres mosqueteros. Mientras que Dumas hacía gala de cierta verborrea, en Alatriste no hay una coma de más. Tiene la virtud anglosajona de condensar el mensaje en pocas palabras. La mejor literatura francesa es larga y un poco difusa (Victor Hugo, Flaubert, Proust…); en cambio, la lengua de Shakespeare y Oscar Wilde borda el arte de la brevedad. Alatriste te sumerge en una atmósfera de chapeos y poetas satíricos en apenas doscientas páginas, donde Dumas emplearía cuatrocientas.
Volviendo a la modernidad, Alatriste no es una simple novela de aventuras. Aquí hay aguas profundas y tienen mucho que ver con lo español. Pérez-Reverte nos sitúa en un imperio decadente que todavía no es consciente de su decadencia. En boca de Quevedo, lo ataca con fiereza, con verdadera ferocidad, impotente porque la caída es ya imparable:
No entendía aún, por mis pocos años, que es posible hablar con extrema dureza de lo que se ama, precisamente porque se ama, y con la autoridad moral que nos confiere ese mismo amor. A don Francisco de Quevedo, eso pude entenderlo más tarde, le dolía mucho España.
La modernidad a la que me refiero —sus aguas profundas—, es el homenaje que supone El capitán Alatriste a una España muy mal comprendida en la actualidad. Somos la única nación que se avergüenza de las glorias de su pasado y esta novela es como una terapia, un intento de reconciliación con nuestra propia historia. Pérez-Reverte nos pide que alcemos las cabezas con orgullo por la gran nación que fuimos, igual que lo hacen Inglaterra, Francia o incluso la diminuta Holanda.
Y no tanto por la política —que también—, como por el arte. Aquella España de finales del siglo de Oro ya caía, sí, pero lo hacía con garbo, sostenida por pintores y poetas, tanto mejores cuanta más decadencia había por combatir. Alatriste reflexiona sobre el sacrificio estéril de aquella España agusanada por dentro; pero también señala a Velázquez, a Lope, Calderón o Quevedo para sugerir, con cierta timidez, que quizá mereció la pena.
Algo que —y aquí me interno en la pura conjetura—, tal vez Pérez-Reverte lamenta que no exista hoy en día. Un mundo también en decadencia que él denuncia semana a semana en sus artículos, pero sin artistas excelentes que compensen la caída. ¿A quién le duele hoy España? Los que más alto hablan de ella con dureza no lo hacen ni con ingenio ni por amor.
Eso convierte a El capitán Alatriste en un canto de nostalgia, más que una simple novela de aventuras. Y a los que damos nuestros primeros pasos en el mundillo literario, nos llena de ganas de demostrar que, si bien no habrá otro Quevedo… como dicen en Valencia, toda piedra hace pared.
La ilustración corresponde a la portada de El capitán Alatriste, Ed. Alfaguara (ISBN 9788420483535)